jueves, 24 de marzo de 2011

22-mar.- La montaña de los niños nómadas.

Le había prometido a Juanjo que si conseguíamos hacer la pista hasta M’semrir sin problemas nos alojaríamos en el mejor Hotel que allí hubiera. …no pudo ser.

Tomamos la pista a las siete y media de la mañana. El día estaba despejado pero el sol todavía no había empezado a calentar. Aun así, hacía menos frío que la noche anterior en el albergue.

Tal y como nos habían informado -para fortuna de algunos y para desgracia de los más intrépidos- están arreglando la pista. Eso no significa que no haya que ir sorteando las piedras que asoman del camino como icebergs ni que el rodar sea, ni mucho menos, cómodo. A los seis kilómetros y medio, encontramos el último signo de vida “civilizada” y, a partir de ahí, piñón grande, plato pequeño y …para arriba!



Efectivamente, después de 16 kilómetros y de un fuerte repecho, nos encontramos con el grupo de trabajadores que están arreglando la pista y, aunque el camino que le seguía no tenía mala pinta en un principio, a los pocos kilómetros empezó a encontrarse impracticable, haciéndose necesario continuar por el lecho de un curso seco. Resultaba bastante incómodo por la piedra suelta pero se podía pasar.

El traqueteo era continuo, las alforjas botaban queriendo salir despedidas hacia el cielo, y nosotros nos limitábamos a seguir conjurándonos para que nuestras bicis siguieran aguantando ese suplicio.

A los veinte kilómetros recorridos paramos a comer. El GPS marcaba ya 2300 metros de altitud y, aunque la pista discurría todavía por el lecho del río, nos dimos cuenta de que habíamos subido ya dos terceras parte del total y las bicis aguantaban enteras. ¡íbamos a conseguirlo!

Sin embargo, la pausa para la comida también nos habilitó para comentar lo que, probablemente, haya sido el trago más duro de digerir desde que llevamos aquí: los niños nómadas.



El otro día me preguntaba mi amiga Jaione a través del Skype si habíamos visto mucha miseria. Hoy sí.

Jawad, el chico del albergue de Tamtatouchte, nos había aconsejado el día anterior que compráramos unos caramelos para los niños nómadas que nos encontraríamos por el camino. Al principio pensé que Jawad conocería que ese gesto suele gustar a los turistas europeos porque, de alguna manera, nos serviría para tranquilizar nuestras burguesas conciencias. Una vez allí, me pude dar cuenta de que Jawad ni siquiera sería capaz de entender eso. Los caramelos (bonbon) serían, simplemente, nuestro salvoconducto en aquellas montañas.

En tres ocasiones diferentes los niños nómadas salieron a nuestro paso descendiendo de las laderas de las montañas. Algunos vivían en jaimas familiares, otros en las oquedades que quedaban entre los estratos erosionados de las rocas. Los primeros, una niña con la piel de la cara completamente despellejada por algún tipo de enfermedad acompañada de sus dos hermanos pequeños. Les dimos un puñado de caramelos a cada uno y nos despidieron alegremente con saludos.

La siguiente pareja de niños que nos “asaltaron” también agradecieron nuestros caramelos pero, en este caso su padre (supongo) vigilaba toda la escena subido a burro, más pendiente de que sus hijos se llevaran un “recuerdo“ sin molestar demasiado que de la horrible tos que tenía uno de ellos.

En el tercer encuentro, unos kilómetros más adelante, un niño nos interceptó en medio de una complicada subida y a punto estuvo de tirarme al suelo al agarrar el manillar de mi bici.

El pobre chaval, de cinco o seis años, nos pedía todo el catálogo de cosas que sabe que se le pueden dar: eau, Dirham, stylo, bonbon, …

Ninguno de los niños nómadas hablaba más francés que ese ya que en ningún momento han sido escolarizados, por lo que la comunicación resultaba poco menos que imposible.

Entregamos al chiquillo un buen puñado de caramelos, pero éste nos persiguió durante unos metros tirando de nuestra alforjas tratando de arrancar algo de lo que en ellas había.

Cuando conseguimos zafarnos de él nos obsequió con alguna que otra piedra que no nos provocó más daño que el hecho de confundirnos de camino en la única bifurcación de todo el recorrido.

   -Ostias! …que vamos mal. Si seguimos por aquí aparecemos en Melilla.

Con la ayuda del GPS conseguimos retornar al camino correcto.

Llevo ya todo el día dándole vueltas al tema de los niños. En España, también recuerdo haber visto cabañas, e incluso cuevas en las rocas donde los pastores se refugiaban mientras sus rebaños pastaban. Pero todas ellas las asocio a pastores, hombres o jóvenes adultos. Lo aquí chocante es que los pastores elijan ese medio de vida tanto para ellos como para sus familias. Ver a estos niños alrededor de las jaimas, correteando por las cuevas o, incluso subidos a los riscos cuidando de sus rebaños no deja de ser un auténtico drama por más que queramos enmarcarlo dentro de una cultura diferente a la nuestra.

¿Porqué, además, adoptamos una actitud defensiva hacia ellos? No lo sé. Podíamos haberles dado parte de la comida que llevábamos, alguna botella de agua, e incluso algún antibiótico a ese niño con la tos tan fea.

Supongo que la preocupación por superar aquella pista sin contratiempos y la propia actitud de “asalto” de los niños podrían ser suficientes motivos para justificar nuestro huidizo comportamiento, pero también sé que si un día tuviera que volver a preparar -para mí o para otros- un nuevo recorrido por estas tierras, tendría en cuenta a estos niños tanto o más que a la inmensidad y dramatismo del paraje donde viven.

…pero bueno, así como el otro día decía que en este viaje tan intenso hay postales y recuerdos imposibles de compartir que nos reservaremos privadamente para nosotros, por el otro lado, también nos veremos obligados a digerir privadamente estos otros episodios.

Después de todo, había que seguir camino y salir de allí. Aún nos quedaban unos cuantos kilómetros de subida, y un dificultoso descenso hasta M’semrir.



El camino abandonó el curso del río para encaramarse claramente hacia un collado que tenía visos de ser el punto más elevado del recorrido. La pendiente se pronunció de nuevo pero el terreno por el que circulábamos ahora, fuera del lecho del rio, facilitaba la ascensión. El paisaje, simplemente, espectacular: torrenteras, arroyos, planicies de color verdoso, picos nevados, cañones de color rojo sangre, … Ni yo soy capaz de describirlo, ni las fotos conseguirán transmitir aquella majestuosidad.



Aparte de los trabajadores de la pista en sus primeras estribaciones y los niños nómadas después, no habíamos visto ni un signo de vida en el resto del recorrido hasta que, de repente, el bramido de unos motores nos hizo echar el pie al suelo. Ocho motos de enduro y un par de Quads nos alcanzaron en plena subida parando a nuestro paso.

   -Esto no puede ser! No sois conscientes de la envidia que me dáis.

  -…pero qué hacéis aquí con estos trastos? ¿estáis chalados?- respondió el primero con un acusado acento andaluz.

¡Culebrillaaaaaaaaas!

Intercambiamos un par de saludos y nos deseamos mutuamente buena suerte durante el resto del recorrido antes de verles desaparecer detrás de una curva.

Unos kilómetros después, casi a punto de coronar el collado que marcaría el punto más alto de nuestra ascensión (2640 metros) un 4x4 en sentido contrario paró a nuestra altura para preguntarnos a ver si habíamos visto a un quad “tirado”. Le respondimos que no, que si eran dos los quads de su grupo a nosotros nos habían adelantado ambos, por lo cual deberían estar delante nuestro.

La respuesta debió aclarar su rango de búsqueda porque, después de los lógicos parabienes, dieron media vuelta para regresar por donde habían venido.





El descenso hacia M’semrir fue un encanto. Discurre casi completamente por el cauce seco de un arroyo en un paraje que, a otra escala, nos parecía el del mismísimo cañón del Colorado. A pesar de ser un descenso claro, el rodar seguía siendo bastante dificultoso al tener que hacerlo por piedra más o menos suelta. En un par de ocasiones pudimos comprobar con nuestros propios cuerpos que las piedras, piedras son, y están muy duras.



Casi a punto de salir del cañón nos topamos de frente con un francés que, con su inmensa BMW 1200GS (una moto de trail que, cargada como iba, podía superar los 300 kilos), se disponía a superar el trayecto en solitario. Nos preguntó sobre el estado de la pista ya que las ruedas que llevaba (unas mixtas sin tacos) no eran lo más apropiado para la ocasión, pero su optimismo y las buenas expectativas que le dimos al haberlo hecho nosotros con nuestras bicis cargadas, le bastaron para desearnos buena suerte y continuar rumbo al cielo.

La alegría por llegar a M’semrir habiendo superado sin contratiempos el que, sin duda, era el punto más crítico de toda nuestra aventura, se nos diluyó rápidamente al comprobar que la oferta de alojamiento de dicha localidad se reducía al aubergue Ait Atta. Los otros dos o tres hoteluchos que vimos parecían cerrados.

Al menos, en la café-terrase, disponían de una pequeña oficina con un ordenador. Fui incapaz de hacer que mi notepad se conectara a internet a través del suyo mediante el cable “ethernet” que llevo encima pero, al menos, desde su PC y su teclado árabe fuimos capaces de conectarnos lentamente y subir al blog la entrada anterior.

La casa donde nos albergaron tenía mejor pinta que la cuadra donde habíamos dormido la noche anterior, pero el frío que hacía era enloquecedor. Seguramente, el interior de la casa no estaba a más de 7 u 8 grados de temperatura y, por supuesto, aquí la calefacción es un lujo.

Nos esperaba por delante una noche … siberiana.






Descargar Track Tamtatchoute-M'semrir





8 comentarios:

  1. Hola chicos. Ayer hablamos con vosotros por Skype, primero yo desde el curro (con Ciceron -léase Cicéron- a mi lado) y luego con Xao desde casa. Puedo confirmar ahora, tras leer vuestro post, que tanto Xao como yo te conocemos bien, Iña, porque vuestra experiencia con los niños nómadas explica lo reflexivo y hondo de tu tono de ayer mientras hablábamos. Habrá tiempo de compartir estas cosas a tu vuelta y será una delicia hacerlo. Ojalá seas capaz de expresarlo con palabras. Yo nunca pude. Tras volver de Guayaquil fui incapaz de contar lo que había vivido. Apenas unas obvias pinceladas sobre la pobreza que vi, un par de anécdotas… y ya. Es una experiencia que tengo hecha una bola allá, al fondo de mi alma, quizás insanamente reprimida… yo qué sé. En fin, que me da por divagar; ya hablaremos. Un abrazo enorme, chicos. Enorme…

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  2. La pobreza amigos, los que la hemos visto y notado sabemos lo que es....Como gente de buen vivir que somos no nos encontramos comodos cuando estamos cerca de ella. eso hace que huyamos lejos de ella, a mi me ha pasado, me cuesta mucho ver a niños y gente en general que no tiene nada que llevarse a la boca, se que soy un cobarde en ese sentido, pero es que es muy fuerte, vosotros lo habeis visto y creo que sentis lo mismo. Un saludo amigos.

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  3. ¿Qué os puedo decir respecto a los niños nómadas? Como ya os comenté en otra entrada, este viaje se prometía inolvidable por lo que ibais a vivir, pero sobre todo por lo que ibais a sentir. Lo bonito de leeros, no es solo compartir las anécdotas y vislumbrar algún paisaje que nunca podremos ver en todo su esplendor, sino sobretodo, el compartir vuestros sentimientos y reacciones respecto a lo que estáis viviendo. Seguid viajando, seguid sintiendo…y seguid compartiendo.
    Besos

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  4. Veo que esta ultima etapa ha sido dura tanto física como emocionalmente. El sentir la pobreza tan de cerca te hace valorar mas lo que tenemos y lo privilegiados que somos y sentir esa impotencia por no saber y/o no poder ayudar al que en ese momento tienes al lado. Probablemente con solo un caramelo, una palabra, una sonrisa, o un compartir un poco de tiempo con cada uno de los que te has encontrado en el camino desde el principio de la aventura, ha contribuido a hacerles la vida un poco mas feliz, y eso ya es mucho. Seguir disfrutando del viaje.

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  5. Hola chicos. Quizás por mi trabajo, muchas veces te encuentras con familiares desechos, rotos, a quienes lo único que se puede hacer es escuchar y guardar silencio. Supongo que los niños nómadas tendrían también muchas cosas para deciros, pero no saben cómo hacerlo. Para ellos su realidad es ésa. Claro que son experiencias que llegan al alma, ¡es que si no yo creo que dejaríamos de ser humanos para convertirnos en no sé qué! Lo importante es no perder la prespectiva en nuestra vida y acordarnos de que hay otros seres humanos que no tienen nada y cada día ir mejorando al menos en nuestro mundo, siendo buena gente. Un moxutxu!!

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  6. Yo como filósofo no valgo mucho, el porqué las cosas caen hacia abajo no me interesa, me interesa saber a qué velocidad y en que sitio van a chocar con el suelo. Si quieres la pregunta del porqué de la pobreza no me lo preguntes a mí, yo iría más por el camino de Xao, has llevado caramelos y supongo que no estaréis regateando por debajo del nivel de la decencia, pues entonces vuestro viaje ya está compartiendo parte de nuestra riqueza, ayer comió Jawad porque vosotros estabais allí, y el otro día fue Alí, Ibrahim o Abdul, hasta el listo del timo del bus, 8 euros se le atraganten. Tu no les has mandado a las montañas, ni les puedes sacar de allí, tus antepasados no se fueron a robar a Marruecos ni te dejaron tierras en herencia.
    Ala a seguir pedaleando, sufrir en la bici vale, cascarse el coco lo justo. Pero claro, es la ventaja de que a mí no me interesa saber porque las piedras caen hacia abajo.
    Suerte en los siguientes albergues y a disfrutar de Marraquech, esperamos más “anedotas” y seguimos pasando envidia de casi todo.

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  7. Por alguna razón los niños nos dan una entrada especial en lugares nuevos y nos permiten, a veces, conectar con sus vidas, las de sus mayores, su tierra...
    Se me hace muy tierno veros a tí y al pequeño niño charlando en el medio del páramo. A seguir viviéndolo.

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  8. A veces no sabemos que hacer con la "bola" que nos genera abrir los ojos. Pero creo que mirar a los ojos a esos niños, salir pitando y pensar mucho en ellos, y en tus propios hijos... es algo que yo también he hecho y sigo haciendo. Compartimos contigo dolor y privilegio. Cobardías, impotencia y dudas. Y sueño que compartamos también esperanza...aún sin saber qué hacer con ella. Un abrazo gigante.

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