lunes, 28 de marzo de 2011

26/28-mar.- Jemaa el Fna



Marrakech. Han pasado 800 años desde nuestra última visita a Marruecos. En aquella ocasión, pudimos recorrer los valles del Draa y el Dades, el desierto de Erg Chebbi, las gargantas del Atlas, y una innumerable cantidad de pueblos y aldeas donde la forma de vida de sus gentes no había cambiado sustancialmente desde la época de su florecimiento. Aquellos pueblos y ciudades surgidos de la mano de las caravanas almohades y almorávides que trasladaban sus mercaderías hacia los boyantes centros comerciales del mediterráneo o el Al Andalus seguían construyéndose a nuestro paso con barro y adobe; sus mujeres aún lavaban la ropa en los arroyos, y las distancias entre algunos pueblos continuaban midiéndose en jornadas a lomos de un burro o un dromedario.

Como era previsible, el intenso bullicio y la frenética actividad de Marrakech nos cautivaron nada más llegar. El color, la música y los espectáculos callejeros secuestraron nuestra atención sin oposición alguna; pero lo cierto es que, una vez pasada la resaca de esa primera borrachera, nos encontramos en cierta medida fuera de sitio. Cansados de perdernos por las calles de la medina, dedicamos toda una tarde a estar sentados en la terraza de nuestro hotel observando el crisol de personajes que pasaba delante de nuestros ojos, …echando de menos la paz, el silencio y el ritmo de vida de los pueblos que habían sido nuestro hogar durante los últimos diez días, … hace 800 años.

A pesar de todo, Marrakech es una ciudad que sería un pecado dejar de visitar. Es una gran prostituta que vende todo cuanto tiene, hasta la propia miseria que genera. 

Marrakech es, sobre todo, un gran centro de negocios. Su innegable atractivo turístico, tanto interno como europeo, viene determinado por ser el lugar donde uno puede comerciar con cualquier artículo que otro ser humano pueda necesitar, desde un simple huevo de gallina, hasta la más exquisita resina para lubricar las cuerdas de un violín.




Su medina es un laberinto de diez mil callejuelas donde la gente vive, trabaja y comercia. Como ocurría hace más de mil años, los trabajadores están agrupados por gremios habilitando mercados específicos. El barrio de los curtidores de pieles (tanerías) y su mercado de subasta, el mercado de aves, el de las especias, el barrio judío,…

Además, el continuo trasiego de turistas y compradores que vienen de otras partes de la ciudad, otras comarcas e, incluso, otros países, ha dado lugar a que el zoco, el souk, se convierta en uno de los más populares de todo el norte de África. Son mil calles y callejuelas, la mayoría cubiertas por toldos o tejavanas donde uno, además de perderse cuarenta veces, puede encontrar todo lo que se le ocurra: lámparas, alfombras, especias, babuchas, artículos de piel, vestidos de fiesta árabes, frutas y hortalizas, dulces, … y así hasta el infinito, …y más allá!

Visitamos las tanerías donde, provenientes de cientos de kilómetros de distancia, se curten las pieles tanto al estilo árabe (oveja y cabra) como al bereber (vaca y dromedario), y donde el hedor hace que te plantees si no hubiera sido mejor verlo en algún documental de la BBC.




Y, por supuesto, pateamos repetidamente la famosa plaza de Jenaa el Fna. Esta plaza es la puerta de entrada al souk y, a partir de las nueve de la mañana, el mítico lugar donde comienzan a establecerse los puestos de venta de dulces, zumos de naranja, helados, caracoles, productos típicos de la cultura bereber, y donde también comienza el espectáculo de diversos grupos de personajes ataviados al estilo tradicional, músicos, o los mismísimos encantadores de serpientes. Todos estos buscan la foto del turista a cambio de un puñado de Dirhams o euros. En esta plaza, sacar una foto (salvo que sea furtiva) sale más caro que cuando había que ir a revelar los carretes.





A medio día y, sobre todo, al caer el sol, los encantadores de serpientes y buscafotos dan paso a los músicos y cuentacuentos (todo para consumo interno,… en árabe). A su alrededor un círculo de seguidores y curiosos les jalea y aplaude mientras los turistas europeos les miramos con curiosidad sin entender de qué va la fiesta.  …bueno, a veces sí. Ayer vimos cómo, en el interior de uno de estos corrillos, un par de muchachos se sacudían las jetas alegremente con unos ridículos guantes de boxeo mientras su promotor pasaba la gorrilla al respetable. El lenguaje de las tortas es internacional.

Donde también entendimos muy bien de qué iba la fiesta fue en los puestos de comida. Aquí sí te atienden en cualquier idioma, sin olvidar el euskera o catalá si hace falta, invitándote a que te sientes en sus puestos que, curiosamente, siempre son de mucha mejor calidad que los que está al lado; tagines, cous-cous, poulet grillé, brochettes, … vamos lo de costumbre.

El resto de la ciudad, con sus jardines, palacios y barrios nuevos, acompaña dignamente a este gran mercado, pero es ella -la medina- la que hipnotiza abriendo las puertas de sus partes más intimas.




Perdonad que no me recree más, pero Marrakech es un destino tan asequible que en lugar de perder el tiempo leyendo estas líneas deberíais dedicarlo a buscar tres o cuatro días tontos en vuestra agenda para dar el salto.


*

…y ahora sí, después de diez días de aventura y tres de turisteo, ha llegado el momento de poner definitivamente punto final a este blog. En pocas horas estaremos volando de regreso a Madrid. 

1000 gracias a todos por vuestra visita, y 1000 gracias también a todos los que os habéis animado a insertar comentarios a nuestras entradas. Ya sabéis que nos hacía mucha ilusión poder leer todas y cada una de ellas mientras circulábamos por aquellas tierras desérticas.

Y, para aquellos que aterricen por este blog en diferido buscando información sobre tramos o rutas, sed igualmente bienvenidos, agradeceremos todos los comentarios que deseéis incorporar. Además, trataremos de completar la información añadiendo enlaces con los tracks que el GPS nos ha ido generando. De cualquier manera, como hizo con nosotros nuestro amigo Bicipoli sirviéndonos de gran ayuda, estaremos encantados de ampliar todos los detalles que necesitéis en este email de contacto: koko@lavabit.com.

Au revoir!

Juanjo e Iñaki.







viernes, 25 de marzo de 2011

23/24/25-mar.- C'est fini


Kasbah de Ait Ben Haddou


1000 kasbahs, 1000 kilómetros recorridos en total desde que salimos de Marrakech, algo más de 600 kilómetros pedaleando por desiertos, valles y montañas, … ya está bien, ¿no?

Ya sólo nos queda descansar un par de días en Marrakech visitando esta encantadora ciudad como simples turistas.

Pero, nos habíamos quedado en M’semrir, ¿verdad?, pasando la noche en el interior de una nevera con habitaciones…

Por segunda noche consecutiva me había metido a la cama con las mallas largas de la bici puestas (las mismas que habría de utilizar durante el día siguiente), una camiseta térmica, mi saco de seda, y tres gordas mantas por encima.

No puedo decir que pasara frío por la noche, pero como se me ocurriera sacar una mano fuera de todo aquel envoltorio, ésta se quedaba congelada en menos de cinco minutos.

Cuando salimos de la casa y nos dirigimos a la café-terrase para desayunar pudimos comprobar que no hacía más frío en el exterior que dentro de la propia casa. Sin embargo, el día estaba desapacible. El fuerte viento arrastraba gotas de agua-nieve y las montañas apenas se veían. A pesar de ello, se podía adivinar que estaban bastante más cargadas de nieve que el día anterior.

…después de todo, aquel episodio del autobús de Erfoud que nos permitió adelantar un día nuestra llegada a Tinerhir resultó ser una verdadera bendición. Mientras que el día anterior pudimos cruzar las montañas con un tiempo excelente, si hubiéramos tenido que hacerlo el día de hoy hubiera resultado un auténtico infierno de viento y nieve. Además lo más probable es que la visibilidad allí arriba fuera hoy de escasos veinte o treinta metros, lo cual nos hubiera impedido disfrutar, como lo hicimos, de tan vasto paisaje.

Los 60 kilómetros de carretera que descienden desde M’semrir a Boulmane Dades son espectaculares. Ofrecen un catálogo completo de caprichos geológicos con cañones, gargantas, pliegues, etc. También es cierto que el recorrido, aunque tiende hacia abajo, resulta ser un continuo rompe-piernas. La estrechez de algunos cañones obligan a que la carretera tome altura para salvarlos antes de volver a colocarse a su nivel, lo cual, si bien es un regalo para la vista, supone un desgaste importante encima de las bicis.






…la parte turística de las gargantas del Dades,… también una preciosidad.





A pesar de lo ya recorrido, como si todo aquello no pudiera con nosotros y la pista de montaña del día anterior nos hubiera sabido a poco, decidimos hacer caso a nuestro amigo Jawad y tomar un itinerario diferente al previsto. Unos ocho kilómetros antes de llegar a Boulmane Dades, en un pueblo denominado Ait Youl, nos salimos de la carretera en dirección Oeste para tomar una pista de doce kilómetros que lleva a Bou Thrarar. De aquí se desciende a El Kelaa por el conocido “Valle de las Rosas”.

La pista es relativamente sencilla porque no hay grandes desniveles pero el paraje que atraviesa vuelve a ser un espectáculo de formas y colores. También aquí nos encontramos con vario grupos nómadas pero la proximidad de la civilización hace que todo sea menos cruel. Incluso pudimos charlar con uno de los pastores que, azada en mano, perdía el tiempo apartando las piedras más gordas del camino haciendo más cómoda la excursión de los innumerables 4x4 repletos de franceses jubilados que utilizan la pista como un safari fotográfico. Supongo que cuando caiga la noche, el pastor volverá a colocar las piedras sobre el camino, no vaya a ser que algún día se le acabe la subvención…





El descenso por el Valle de las Rosas fue también bastante rompe-piernas, al menos hasta su parte final donde las caprichosas formas de las rocas dejan pequeñas cuevas utilizadas como despensas por los vecinos de los pueblos cercanos, a veces hasta en dos o tres niveles. Luego, el paisaje se abre definitivamente y pueden observarse junto a cada margen del río unas decenas de metros de campos y huertas cultivados. Cada cuadrícula de terreno es separada por un seto de altos, verdes y frondosos rosales. Podíamos haber pedido unos días más de vacaciones para esperar a mayo y poder disfrutar del espectáculo de las rosas en flor, pero... todo no puede ser.

Llegamos a El Kelaa cansados, eran las cinco de la tarde y llevábamos desde las ocho y media de la mañana dando pedales con sólo un pequeño alto para la comida. El rutómetro marcaba 95 kilómetros y, encima, los últimos quince habíamos tenido que luchar contra un molestísimo viento de frente.

Sin hacer ninguna pasusa, salimos de el Kelaa por la carretera que debíamos de tomar al día siguiente (dirección Ouarzazate) para ver si a las afueras encontrábamos algún tipo de alojamiento con mejor pinta de lo que habíamos visto en el centro de la población. Tuvimos suerte, y a pesar de que ya empezábamos a temer que tendríamos que dar media vuelta, a dos kilómetros de El Kelaa, encontramos una kasbah-hotel con buenas habitaciones, wifi y un precio muy asequible.

Si durante todo nuestro recorrido nos habíamos venido quejando del viento que, en mayor o menor medida, casi siempre nos había soplado de cara, al día siguiente todo cambió. Era nuestra última etapa en bici para regresar a Ouarzazate, el que había sido nuestro punto de partida. Ese último día, parece que todas las kasbahs, desiertos, y hasta los niños nómadas de las montañas quisieron ponerse de acuerdo para darnos una despedida cariñosa y comenzaron a soplar todos juntos en dirección Oeste para ayudarnos a recorrer los últimos 90 kilómetros de nuestra aventura. 

Con el fuerte viento de espalda, volamos con nuestras bicis hasta Ouarzazate a una media de 32 kilómetros por hora, lo cual nos permitió tomarnos el día con calma, llegar al Hotel a medio día, dejar las alforjas y visitar tranquilamente el mercado, las kasbahs antiguas y hasta uno de los estudios de cine de esta bonita ciudad.





Al día siguiente, un 4x4 nos estaba esperando para regresar a Marrakech.



Éste es el punto donde acaba nuestra pequeña aventura, y el momento que teníamos pensado para cerrar el blog, despedirnos y agradeceros a todos vuestras visitas y comentarios. Sin embargo, aunque somos conscientes de que el cansancio se acumula y vamos perdiendo frescura con la narración, después de dar una pequeña vuelta por la plaza de Jemaa el Fna de Marrakech, me parece que no vamos a poder reprimir haceros una pequeña crónica de nuestra visita a esta milenaria ciudad. …dadnos un par de días…






Descargar Track M'semrir-El Kelaa




Descargar Track El Kelaa-Ouarzazate





jueves, 24 de marzo de 2011

22-mar.- La montaña de los niños nómadas.

Le había prometido a Juanjo que si conseguíamos hacer la pista hasta M’semrir sin problemas nos alojaríamos en el mejor Hotel que allí hubiera. …no pudo ser.

Tomamos la pista a las siete y media de la mañana. El día estaba despejado pero el sol todavía no había empezado a calentar. Aun así, hacía menos frío que la noche anterior en el albergue.

Tal y como nos habían informado -para fortuna de algunos y para desgracia de los más intrépidos- están arreglando la pista. Eso no significa que no haya que ir sorteando las piedras que asoman del camino como icebergs ni que el rodar sea, ni mucho menos, cómodo. A los seis kilómetros y medio, encontramos el último signo de vida “civilizada” y, a partir de ahí, piñón grande, plato pequeño y …para arriba!



Efectivamente, después de 16 kilómetros y de un fuerte repecho, nos encontramos con el grupo de trabajadores que están arreglando la pista y, aunque el camino que le seguía no tenía mala pinta en un principio, a los pocos kilómetros empezó a encontrarse impracticable, haciéndose necesario continuar por el lecho de un curso seco. Resultaba bastante incómodo por la piedra suelta pero se podía pasar.

El traqueteo era continuo, las alforjas botaban queriendo salir despedidas hacia el cielo, y nosotros nos limitábamos a seguir conjurándonos para que nuestras bicis siguieran aguantando ese suplicio.

A los veinte kilómetros recorridos paramos a comer. El GPS marcaba ya 2300 metros de altitud y, aunque la pista discurría todavía por el lecho del río, nos dimos cuenta de que habíamos subido ya dos terceras parte del total y las bicis aguantaban enteras. ¡íbamos a conseguirlo!

Sin embargo, la pausa para la comida también nos habilitó para comentar lo que, probablemente, haya sido el trago más duro de digerir desde que llevamos aquí: los niños nómadas.



El otro día me preguntaba mi amiga Jaione a través del Skype si habíamos visto mucha miseria. Hoy sí.

Jawad, el chico del albergue de Tamtatouchte, nos había aconsejado el día anterior que compráramos unos caramelos para los niños nómadas que nos encontraríamos por el camino. Al principio pensé que Jawad conocería que ese gesto suele gustar a los turistas europeos porque, de alguna manera, nos serviría para tranquilizar nuestras burguesas conciencias. Una vez allí, me pude dar cuenta de que Jawad ni siquiera sería capaz de entender eso. Los caramelos (bonbon) serían, simplemente, nuestro salvoconducto en aquellas montañas.

En tres ocasiones diferentes los niños nómadas salieron a nuestro paso descendiendo de las laderas de las montañas. Algunos vivían en jaimas familiares, otros en las oquedades que quedaban entre los estratos erosionados de las rocas. Los primeros, una niña con la piel de la cara completamente despellejada por algún tipo de enfermedad acompañada de sus dos hermanos pequeños. Les dimos un puñado de caramelos a cada uno y nos despidieron alegremente con saludos.

La siguiente pareja de niños que nos “asaltaron” también agradecieron nuestros caramelos pero, en este caso su padre (supongo) vigilaba toda la escena subido a burro, más pendiente de que sus hijos se llevaran un “recuerdo“ sin molestar demasiado que de la horrible tos que tenía uno de ellos.

En el tercer encuentro, unos kilómetros más adelante, un niño nos interceptó en medio de una complicada subida y a punto estuvo de tirarme al suelo al agarrar el manillar de mi bici.

El pobre chaval, de cinco o seis años, nos pedía todo el catálogo de cosas que sabe que se le pueden dar: eau, Dirham, stylo, bonbon, …

Ninguno de los niños nómadas hablaba más francés que ese ya que en ningún momento han sido escolarizados, por lo que la comunicación resultaba poco menos que imposible.

Entregamos al chiquillo un buen puñado de caramelos, pero éste nos persiguió durante unos metros tirando de nuestra alforjas tratando de arrancar algo de lo que en ellas había.

Cuando conseguimos zafarnos de él nos obsequió con alguna que otra piedra que no nos provocó más daño que el hecho de confundirnos de camino en la única bifurcación de todo el recorrido.

   -Ostias! …que vamos mal. Si seguimos por aquí aparecemos en Melilla.

Con la ayuda del GPS conseguimos retornar al camino correcto.

Llevo ya todo el día dándole vueltas al tema de los niños. En España, también recuerdo haber visto cabañas, e incluso cuevas en las rocas donde los pastores se refugiaban mientras sus rebaños pastaban. Pero todas ellas las asocio a pastores, hombres o jóvenes adultos. Lo aquí chocante es que los pastores elijan ese medio de vida tanto para ellos como para sus familias. Ver a estos niños alrededor de las jaimas, correteando por las cuevas o, incluso subidos a los riscos cuidando de sus rebaños no deja de ser un auténtico drama por más que queramos enmarcarlo dentro de una cultura diferente a la nuestra.

¿Porqué, además, adoptamos una actitud defensiva hacia ellos? No lo sé. Podíamos haberles dado parte de la comida que llevábamos, alguna botella de agua, e incluso algún antibiótico a ese niño con la tos tan fea.

Supongo que la preocupación por superar aquella pista sin contratiempos y la propia actitud de “asalto” de los niños podrían ser suficientes motivos para justificar nuestro huidizo comportamiento, pero también sé que si un día tuviera que volver a preparar -para mí o para otros- un nuevo recorrido por estas tierras, tendría en cuenta a estos niños tanto o más que a la inmensidad y dramatismo del paraje donde viven.

…pero bueno, así como el otro día decía que en este viaje tan intenso hay postales y recuerdos imposibles de compartir que nos reservaremos privadamente para nosotros, por el otro lado, también nos veremos obligados a digerir privadamente estos otros episodios.

Después de todo, había que seguir camino y salir de allí. Aún nos quedaban unos cuantos kilómetros de subida, y un dificultoso descenso hasta M’semrir.



El camino abandonó el curso del río para encaramarse claramente hacia un collado que tenía visos de ser el punto más elevado del recorrido. La pendiente se pronunció de nuevo pero el terreno por el que circulábamos ahora, fuera del lecho del rio, facilitaba la ascensión. El paisaje, simplemente, espectacular: torrenteras, arroyos, planicies de color verdoso, picos nevados, cañones de color rojo sangre, … Ni yo soy capaz de describirlo, ni las fotos conseguirán transmitir aquella majestuosidad.



Aparte de los trabajadores de la pista en sus primeras estribaciones y los niños nómadas después, no habíamos visto ni un signo de vida en el resto del recorrido hasta que, de repente, el bramido de unos motores nos hizo echar el pie al suelo. Ocho motos de enduro y un par de Quads nos alcanzaron en plena subida parando a nuestro paso.

   -Esto no puede ser! No sois conscientes de la envidia que me dáis.

  -…pero qué hacéis aquí con estos trastos? ¿estáis chalados?- respondió el primero con un acusado acento andaluz.

¡Culebrillaaaaaaaaas!

Intercambiamos un par de saludos y nos deseamos mutuamente buena suerte durante el resto del recorrido antes de verles desaparecer detrás de una curva.

Unos kilómetros después, casi a punto de coronar el collado que marcaría el punto más alto de nuestra ascensión (2640 metros) un 4x4 en sentido contrario paró a nuestra altura para preguntarnos a ver si habíamos visto a un quad “tirado”. Le respondimos que no, que si eran dos los quads de su grupo a nosotros nos habían adelantado ambos, por lo cual deberían estar delante nuestro.

La respuesta debió aclarar su rango de búsqueda porque, después de los lógicos parabienes, dieron media vuelta para regresar por donde habían venido.





El descenso hacia M’semrir fue un encanto. Discurre casi completamente por el cauce seco de un arroyo en un paraje que, a otra escala, nos parecía el del mismísimo cañón del Colorado. A pesar de ser un descenso claro, el rodar seguía siendo bastante dificultoso al tener que hacerlo por piedra más o menos suelta. En un par de ocasiones pudimos comprobar con nuestros propios cuerpos que las piedras, piedras son, y están muy duras.



Casi a punto de salir del cañón nos topamos de frente con un francés que, con su inmensa BMW 1200GS (una moto de trail que, cargada como iba, podía superar los 300 kilos), se disponía a superar el trayecto en solitario. Nos preguntó sobre el estado de la pista ya que las ruedas que llevaba (unas mixtas sin tacos) no eran lo más apropiado para la ocasión, pero su optimismo y las buenas expectativas que le dimos al haberlo hecho nosotros con nuestras bicis cargadas, le bastaron para desearnos buena suerte y continuar rumbo al cielo.

La alegría por llegar a M’semrir habiendo superado sin contratiempos el que, sin duda, era el punto más crítico de toda nuestra aventura, se nos diluyó rápidamente al comprobar que la oferta de alojamiento de dicha localidad se reducía al aubergue Ait Atta. Los otros dos o tres hoteluchos que vimos parecían cerrados.

Al menos, en la café-terrase, disponían de una pequeña oficina con un ordenador. Fui incapaz de hacer que mi notepad se conectara a internet a través del suyo mediante el cable “ethernet” que llevo encima pero, al menos, desde su PC y su teclado árabe fuimos capaces de conectarnos lentamente y subir al blog la entrada anterior.

La casa donde nos albergaron tenía mejor pinta que la cuadra donde habíamos dormido la noche anterior, pero el frío que hacía era enloquecedor. Seguramente, el interior de la casa no estaba a más de 7 u 8 grados de temperatura y, por supuesto, aquí la calefacción es un lujo.

Nos esperaba por delante una noche … siberiana.






Descargar Track Tamtatchoute-M'semrir





martes, 22 de marzo de 2011

20/21-mar.- Vuelta al Atlas

En Tamtatouchte. Un pueblo de alta montaña con media docena de albergues y restaurantes donde viven unas diez mil almas. Aquí comienza la pista de montaña que nos llevará a M’semrir. Nos han indicado que se han arreglado los primeros 15 kilómetros de la pista, pero el resto sigue siendo un trayecto de 30 kilómetros bastante complicado tanto por el desnivel que hay que superar (casi 900 metros) como por lo roto que está.

Nos han aconsejado salir con las primeras luces del día para evitar que se nos haga de noche antes de llegar. Si no hay contratiempos podremos hacer la etapa en 6 ó 7 horas, pero eso nos deja sólo 4 horas de luz de margen. En caso de avería gorda nos veríamos obligados a abandonar las bicis y tratar de ganar el pueblo a pie, porque hacer un bivouac (de los de verdad) a  2600 metros de altura, en marzo, y sin tienda de campaña ni sacos de dormir, no parece recomendable.

Si he de ser sincero, llevamos toda la tarde con bastante tensión preparándolo todo para mañana: agua y comida en abundancia para que no nos entre ninguna pájara, GPS, ropa de bici de abrigo, etc… Juanjo está mucho más tranquilo que yo, pero creo que sólo es porque no se hace idea de lo que nos va a tocar sufrir mañana.

Cuento esto únicamente para que entendáis que en este tipo de viajes no todo es bucólico y agradable, también conlleva ciertos momentos de sufrimiento y desasosiego. La parte positiva de todo ello es que, una vez que estas experiencias se superan, quedan grabadas en la mente con una  intensidad y vividez tremendas. También lo hago sabiendo que, para cuando pueda subir esta entrada al blog, ya habremos llegado a M’semrir y comunicado a nuestras familias que todo ha ido Ok. No hay porqué preocupar a nadie innecesariamente.

… pero habíamos dejado la crónica anterior en Merzouga, después de pasar una inolvidable noche en el desierto de Erg Chebbi, montando de nuevo en las bicis para llegar tranquilamente a Erfoud y descansar allí hasta el día siguiente. No fue así.

La primera parte del trayecto transcurrió como cabía esperar, 39 kilómetros hasta Rissani con un viento de costado muy incómodo pero sin contratiempos.

   -mira! Una patisserie!

Los croissants estaban “de cine”. Luego nos dimos de bruces con el mercado y, por primera vez desde que estamos en Marruecos, he de reconocer que me sentí algo incómodo.

Había muchísima gente andando de un lado para el otro y nosotros llamábamos excesivamente la atención con toda nuestra parafernalia. Enseguida nos convertimos en el objetivo de curiosos y buscavidas, pero en un tono poco amistoso que no nos gustó en absoluto. Después de comprar unas naranjas (están de locura en Marruecos), preguntamos a un gendarme cómo salir de aquel nudo de calles para tomar dirección a Erfoud y escapamos de allí sin perder más tiempo.

Nos ha causado una grata sorpresa el nivel de atención y amabilidad de todos los policías con que nos hemos topado. Hasta la fecha, todos impecablemente afeitados, limpios, y sin escatimar un cordial Bon jour, monsieur! a nuestro paso.

El resto del camino a Erfoud fue fácil, y en poco más de una hora lo teníamos cubierto. Sin embargo, en Erfoud, se produjo otro acontecimiento que, si por un lado nos vino de perlas, por otro nos dejó un gusto desagradable.

Después de atravesar la ciudad de lado a lado buscando la Gare de Routiere (algo parecido a una estación de autobuses), nos dimos cuenta de que, ni Rissani -al margen de su preciosa puerta de entrada, ni Erfoud son ciudades con un atractivo destacable. Erfoud, de un tamaño parecido a Castro Urdiales, y Rissani -algo menor- debieron ser en el pasado lugares muy importantes en el paso de las caravanas almorábides y almohades pero, en la actualidad, no dejan de ser pueblos grandes con tanta gente como suciedad, sobretodo Rissani.

Y así, preguntando unas cuantas veces, conseguimos dar con una especie de plaza donde había un autobús moderno aparcado.

   -Esto debe de ser.- pensamos.

Pero claro, dos tipos con bicis, alforjas cascos, etc -como decía antes- llaman mucho la atención y enseguida se nos acercó un chico con una bici destartalada a preguntarnos amablemente qué estábamos buscando.

   - Françoise? Español?
   - Español.
   - Oh. Epañol - amigo! ¿Qué buscan amigos?
   - Autobús a Tinerhir.
   - Ah, Tinghir. Yo conoce dónde. Seguidme.

Nos acercó hasta una puerta con una ventanilla donde se suponía que se vendían los billetes del autobús.

   - Ahora tickets vacío. Autobús a las tres. Tickets vende a dos y media.

El autobús sale a las tres. Habíamos llegado a Erfoud con idea de encontrar un Albergue decente y descansar  allí hasta el día siguiente de los madrugones que nos veníamos pegando, sin embargo, eran las dos de la tarde y en una hora podíamos estar saliendo hacia Tinerhir…

   -Pues venga! … y así nos quitamos la preocupación para mañana.

El chico se empeñó en llevarnos a ver a su tienda …sólo a mirar. Nos prometió que estaba muy cerca, de modo que decidimos hacerle caso para agradecerle su ayuda y, de paso, matar la media hora que nos quedaba. Aunque accedimos a entrar en su tienda rehusamos cortésmente a sentarnos a ver sus baratijas con un vaso de té.

   -Hemos estado ya en muchas tiendas como esta, y en todas no han enseñado los mismos turbantes collares y dagas bereberes. Pero no vamos a comprar nada…

   -Todo bien. Todo bien amigo…

Pero todo no iba bien, el tío quería sacar tajada de alguna manera y … lo consiguió.

   - Amigos. Venid conmigo a autobús de Tinghir. Yo conozco en calle de lado y puede dejar bicis guardadas para luego más rápido.

No sé muy bien porqué, pero le hicimos caso. Efectivamente, en la calle de al lado había un autobús verde destartalado y el chico empezó a dar gritos hacia el edificio que había junto a él para que alguien bajara. De allí bajó otro que tenía las llaves del autobús y metimos nuestras bicis en el maletero llenando un costado casi por completo. Regateamos los 300 Dirhams que nos pidieron inicialmente pero, al final, acabamos cerrándolo en 200.

   - Pagar ahora, amigos.
   - Por?
   - Sí, pagar ahora, damos ticket y ya no hacer espera.

Les pagamos y nos dieron unos tickets donde ni de lejos ponía que nos había costado 100 Dh cada uno, pero lo dimos por bueno y nos fuimos a una “terracita” a tomar un té.

Después de maldecirnos por habernos dejado engatusar así y desconfiar, incluso, de que aquél fuera nuestro autobús, finalmente éste apareció. Bajó el mismo chico al que le habíamos pagado y al abrir las puertas del  maletero pudimos comprobar que nuestras bicis seguían allí. …menos mal!


Ya en el autobús pudimos charlar con una pareja de mochileros alemanes. Él hablaba perfectamente español y nos contaron que habían estado en Merzouga, como nosotros, pero que se iban directamente a las Gargantas del Dades porque les quedaban pocos días.

Les pregunté a ver cuánto les habían cobrado a ellos. 90 Dhs por las plazas y sus mochilones, … y eso que ellos se bajaban 50 Kms. más allá que nosotros.



Estaba claro, lo de llevarnos a la calle de atrás para dejar las bicis fue la maniobra perfecta para cobrarnos lo que les dio la gana sin que el verdadero cobrador del autobús se enterara.

A pesar de darnos cuenta de que habíamos pagado 70 u 80 Dhs de más, por lo menos est'abamos ya, anteas de lo pensado, camino de Tinerhir.

Resulta curioso pero, para un trayecto que unía las ciudades de Erfoud y Ouarzazate (unos 300 kms) la tripulación del autobús era de tres personas; el conductor, el cobrador y el ayudante (el chico al que nosotros pagamos).


Tres horas después estábamos en Tinerhir. Nada más bajar del autobús se nos acercaron varios “guías” para aconsejarnos un buen alojamiento y nos dejamos guiar por uno que nos llevó a un albergue bastante majo y céntrico pero que, aun después de regatear el precio, nos pareció un poco caro de más. A pesar de su insistencia les dijimos que queríamos dar una vuelta y ver otras opciones.

Tomamos la carretera que llevaba a las Gargantas de Todra en la confianza de ir encontrando más oportunidades de alojamiento pero, nada más salir del centro de Tinerhir, un seco estallido dejó la llanta de mi rueda trasera en el suelo. Había reventado. Aún no sé porqué, …quizás porque en Erfoud le quise meter algo más de cuatro kilos de presión y, al estar Tinerhir a casi 1800 metros de altitud, la diferencia de presión hizo que la cosa no aguantara. Luego, pudimos comprobar que no sólo la cámara había reventado, también la cubierta se había rajado unos centímetros por el flanco.

El caso es que unos metros más adelante entre unas casas viejas había un cartel que ponía “Riad des Palmiers“, así que no nos quedó más remedio que pasar allí la noche.

La Riad era una casa de dos alturas con un diminuto patio interior, todo bastante cutre, pero al menos nos sirvió para pasar la noche. Como el día anterior, también estábamos solos.




Abdul, el pinche de la Riad, nos acompañó a la mañana siguiente al mercado de Tinerhir para comprar una cubierta nueva. Lo cierto es que aún no habíamos utilizado el par de cubiertas plegables que nos había dejado Angel (IvyBikes), pero ante la posibilidad de comprar una fácilmente, preferí reservar las dos cubiertas de Angel para el día de la pista de montaña, …por si acaso.

Tinerhir es una ciudad de un tamaño parecido a Erfoud, pero aquí pudimos palpar la bulliciosa actividad de su mercado un lunes por la mañana. La verdad es que, salvando las distancias, el lenguaje y las vestimentas, el mercado no parecía algo tan diferente al de Miranda de Ebro, por poner un ejemplo, hace veinte o treinta años.

Después de comprar la cubierta, Abdul nos hizo una visita guiada por la antigua kasbah de los judíos. También entramos a la casa de una mujer que confeccionaba alfombras. Su marido, en un buen español, nos iba relatando cómo era el proceso de cardado e hilado de la lana y el posterior tejido de las alfombras mientras su mujer nos hacía una demostración. Un poco de té, una propinilla, y …¡a rular Abdul, que todavía tenemos que montar la rueda y subir a las Gargantas del Todra.



Las Gargantas son, eso… unos impresionantes cañones con paredes verticales de más de 50 metros que atraen miles de autobuses de turistas al cabo del año para hacerse la foto en diez minutos y salir pitando de vuelta. Suerte que marzo todavía no es temporada alta y había gente, pero la justa.

También nosotros nos hicimos la típica foto, pero luego continuamos la carretera por el resto del cañón del río Todra hasta Tamtatouchte.





El pobre Jawad, un chico que nos había dado la tarjeta de su Aubergue en las mismas gargantas y que vimos subir posteriormente en la caja de un camión, nos estaba esperando con su destartalada bici cinco kilómetros antes de llegar al pueblo. Su albergue estaba situado a la salida del mismo, justo al lado del inicio de la pista a M’semrir, pero él no quería que nos despistáramos en otro albergue antes de llegar al suyo.

Muy a su pesar, paramos en el primer Hotel que vimos nada más entrar a Tamtatouchte. Nos lo habían recomendado una pareja de Holandeses sexagenarios en bici que nos cruzamos a mitad de recorrido. Estaba muy bien, pero nos pedían 250 Dhs. cada uno y, además, no tenía internet, así que decidimos seguir a Jamad a ver qué tal estaba el suyo.

Dormir en el Albergue Talafijet (o algo así) fue toda una experiencia para los sentidos. Nos dieron de dormir, comer, cenar, desayunar y una torta de pan para el día siguiente por 240 Dhs… los dos. Unos 22 euros. Pues bien, os puedo asegurar que si viérais las camas donde tuvimos que dormir y la toilette, os parecería un auténtico robo. La parte buena de todo aquello es que pudimos compartir unas cuantas horas con Jawad y empaparnos de su modo de vida.

A sus 25 años, Jawad se gana la vida como puede. Su repertorio incluye, desde lanzarse carretera abajo con una bici sin frenos para no perder un par de huéspedes, hasta hacer de guía en rutas de trecking o con mula, o la mismísima escalada. Según nos contó, después de que sus padres se divorciaran y juntaran con otras parejas, ninguno de sus nuevos padrastros quería hacerse cargo de él, de modo que se fue a este albergue donde ahora estamos para ayudarles a captar clientela a cambio de una cama donde dormir.

Pasamos toda la tarde revisando fotos tanto nuestras como suyas, intercambiando algo de música y contándonos mil historias. Después de cenar, disfrutamos de la compañía de sus amigos al son de tambores y canciones tradicionales.

A la mañana siguiente, a las 7.00, Juanjo y yo desayunábamos serenamente antes de comenzar el reto de la pista hacia M’semrir, mientras Jawad -tiritando visiblemente de frío- se preparaba para bajar hacia las Gargantas y captar la atención de algún otro viajero despistado, …como ayer, como mañana, como todos los días…










domingo, 20 de marzo de 2011

19-mar.- Erg Chebbi


Es domingo, creo. Supongo que allá, en casa, simplemente habrán pasado cinco días desde el miércoles, pero aquí han pasado ya tantas cosas que da un poco de vértigo pensar en la semana que nos queda por delante.

El rutómetro de nuestras bicis marca ya 300km. Y a esos trescientos hay que añadir otros tantos sino más en transporte público.

Precisamente, era en un transporte público donde dejamos el relato anterior.

La furgoneta paraba en todo los pueblos para bajar y subir gente. Sin embargo, lo desconcertante era que hiciera lo mismo en medio de la nada.

-¿De dónde sale esa gente?

En una ocasión, un hombre que había subido a la furgoneta con un puñado de tablas avisó al conductor para que le parara en el medio de un inmenso páramo. Allá donde llegaba la vista no se veía nada más que piedras. Más adelante, un par de criajos se protegían del asfixiante sol del mediodía subidos a las ramas de un árbol mientras su rebaño de cabras se rifaba los pocos hierbajos que podían encontrar. …increíble.
A cada paso que damos nos esperan auténticas postales que, aunque queramos compartir, no siempre conseguimos retratar con la cámara. Lo sentimos mucho, pero algunos de esos recuerdos quedan reservados en exclusiva para nosotros.

Tazarinne es un pueblo pequeño, polvoriento, feo, y el final del trayecto de nuestro medio de transporte. No hay más autobuses. Bajamos nuestras bicicletas del techo de la furgoneta y, seguidamene, nos abrieron el maletero de un taxi Mercedes para que las metiéramos. Os podéis imaginar que ni el Mercedes era un último modelo ni nuestras bicis entraban en él, pero con medias bicis fuera y un trozo de cuerda para que la tapa del maletero no saliera volando…, todo arreglado.



Después del consabido regateo pagamos 70 Dirhams por un recorrido de 60 kilómetros hasta Alnif, otro pueblo en nuestra ruta a Rissani. Tampoco puede decirse que el viaje en taxi fuera mucho más cómodo que el de la furgoneta porque éste no se movía de su sitio si no se llenaba con seis personas, …además del conductor.

Y en Alnif, vuelta a empezar. 98 kilómetros hasta Rissani. Supuestamente, una furgoneta saldría hacia nuestro destino a las 15.30. Es decir, tres horas más tarde. Juanjo y yo nos miramos y, ante la posibilidad de que aquella furgoneta finalmente no apareciera como el autobús de esta mañana, decidimos tantear a otro taxi. El taxista no aceptaba menos de 100 Dirhams (os recuerdo que eso serían unos 10€) pero, al menos, se conformó con hacerlo con sólo cuatro pasajeros. En ese momento se produjo otro de esos episodios que te dejan clavado. Al taxi sólo nos montamos tres, Juanjo y yo cómodamente sentados en el asiento trasero y un hombre joven que hablaba francés en el asiento de delante, junto al conductor.

-¿Y el cuarto?

El cuarto era un bulto negro que nos esperaba a la salida del pueblo, la mujer del tercero, quien -al parecer- tampoco puede mezclarse con los hombres para un asunto tan sesudo y masculino como es esperar un taxi. Por supuesto, aunque íbamos sobrados de espacio, no se sentó atrás con nosotros sino que se acurrucó con su marido aunque esto supusiera que el conductor tuviera que arrimarse bien contra la puerta.



Rissani,14.30hrs.Por fin! ¿Quién nos lo iba decir después de todo este periplo que había empezado a las 4 de la mañana.
Compusimos nuestras bicis, alforjas y después de comprar unas botellas de agua para mitigar el intenso calor nos dispusimos a pedalear los 39 kilómetros que marcaba una cartel a Merzouga.
Un molesto viento de frente nos hizo sudar más de la cuenta hasta llegar allí, pero mereció la pena poder bordear de Norte a Sur el Erg Chebbi (el desierto de la Coca Cola) disfrutando de la silueta naranja de sus dunas contra un cielo completamente despejado.

Después de tantear un par de garitos previamente para sondear los precios nos dejamos engatusar por Alí, el encargado del Aubergue “Rose du Sable“ (http://www.authentictravel-maroc.com/), quien nos insistió repetidamente en que él era un Agente de Viajes oficial, no como los muchos engañabobos que hay por ahí… (será, Ali, será). El caso es que nos salió todo redondo. Nuestra intención era pasar la noche en una jaima en el desierto, …y así fue.

Primeramente nos guiaron hasta el albergue (otro par de kilómetros) y allí nos dejaron una habitación enorme para aparcar nuestras bicis y cambiarnos. Pudimos darnos una ducha caliente y -en mi caso- hablar por teléfono con mi mujer e hijos (…era el día del padre) antes de salir pitando hacia el desierto y no perdernos la puesta de sol.
Montados sobre un moderno RAV4 (un 4x4) nos llevaron primero a visitar un poblado del sur. Gentes de raza negra que, procedentes de Mali y Mauritania se instalaron en la zona. El apodo de “CocaCola” que se da a este desierto es absolutamente cierto, todo está preparado para que el turista occidental se sienta a gusto, incluso con detalles esperpénticos, como luego contaré.



Té, cacahuetes y canciones tradicionales interpretados por un grupo de hombres y niños perfectamente ataviados para la ocasión. Después, otra vez al 4x4 y a disfrutar como chipirones… Bastó insinuar a nuestro conductor que aquello era como el París-Dakar para que éste se creciera y nos regalara un recital de conducción deportiva por las dunas. …¡sólo por eso hubiera pagado lo que nos costó todo el paquete!

Cada una de las ocho jaimas dispuestas a los flancos de la principal estaba, a su vez, dividida en dos “habitaciones”. Nos prepararon sendos colchones con sábanas de Spiderman y varias mantas en una de las jaimas y nos indicaron que subiéramos tranquilamente a las dunas para disfrutar del atardecer.

No tengo ni idea del número de fotos que pude sacar: dunas, crestas, la luna llena, … vamos una auténtica locura. La temperatura comenzó a desplomarse en cuanto oscureció y ese fue el momento de bajar de las dunas y regresar al campamento de jaimas para la cena.



Estábamos solos, …bueno solos con Ali -el guarda del campamento- y su mujer a la que sólo pude entrever saliendo de poner a punto los baños. Sí los baños. Y, es que, detrás de nuestras jaimas había otra con uno de los baños más aseados que hemos podido ver desde que llegamos a Marruecos. Un coqueto lavabo central, dos duchas a la izquierda y dos retretes a la derecha.

¿Cómo se come eso en medio de un auténtico desierto de arena?


Según nos explicaron, entre las dunas, el agua mana a poco más de cuatro metros de profundidad, de modo que al otro lado de una de ellas habían construido un pequeño pozo cuyo agua bombeaban a un aljibe situado junto al campamento. Además, para que los exquisitos turistas europeos no pudiéramos quejarnos de nada, en la parte trasera de la jaima-toilette una pequeña caldera de carbón posibilitaba ducharse con agua caliente.

…a los que me conocéis os sorprenderá tremendamente, pero imaginad cómo estaría todo de limpio que incluso, por la mañana, pude sentarme a “obrar” sin necesidad de empapelar el retrete.

Ali, se deshacía continuamente en atenciones (claro que éramos sus únicos huéspedes). Nos ofreció té y luego nos sirvió la cena. Ensalada maroqaine con arroz y -otra vez- Tagine de poulet. Sin embargo, en esta ocasión todo estaba menos especiado que de costumbre por lo que, al menos en mi caso, lo comí con agrado.
La velada duró poco más de una hora; primero porque nos iban a levantar a las seis para ver amanecer; y segundo, porque Alí hablaba poco francés y ni castaña de español, así que, entre la complicada conversación en francés y un intento frustrado de amenizar la noche con tambores y guitarra, nos fuimos a la cama con verdaderas ganas.

Ver amanecer subido a una duna de color naranja en pleno desierto y a escasos kilómetros de la frontera entre Marruecos y Argelia es una experiencia absolutamente indescriptible, lo siento, …no me da.




Alí nos preparó un buen desayuno a base de té, café, pan, mantequilla, mermelada… vamos lo que uno siempre piensa que puede encontrar haciendo un bivouac (como dicen ellos) en el desierto.

De vuelta al albergue, otra sesión de 4x4 extremo por las dunas y, antes de marchar, traté de subir la entrada anterior desde la oficina del albergue. En otro momento la editaré mejor porque, entre lo lenta que era su conexión a internet y la dificultad de utilizar un teclado árabe, se nos pasaba la hora de salir. Nuestro destino: algo bastante asequible, 65 kilómetros hasta Erfoud.



Hay una pista que une directamente Merzouga con Erfoud, sin pasar por Rissani, pero nuestros primeros intentos con las bicis por la arena fueron tajantes: con las ruedas estrechas y el peso de las alforjas, la bici se hunde tanto que, en ocasiones, parece que vas a salir disparado por encima del manillar. Descartado. Iremos a Erfoud por carretera y descansaremos allí toda la tarde. Nuestra idea es tomar al día siguiente el autobús a Tinerhir (Tinghir) donde deberá arrancar la tercera parte de nuestra aventura: unir las gargantas del Todra y el Dades por una pista de montaña a más de 2500 metros de altitud.




Descargar Track Zagora-Merzouga